Cuatro generaciones de panaderos (bisabuelos, abuelos y padres) nos han enseñado a amar este oficio. Un oficio, el nuestro, basado en el alimento más básico de las personas, en el que se reflejan los cambios de la sociedad, como un barómetro de riqueza o pobreza, de abundancia o escasez, de paz o convulsión; en definitiva, un espejo del día a día de un país.
Hemos trabajado para recuperar los procesos de elaboración, los fermentos y el respeto por los tiempos de reposo que durante el último tercio del siglo XX se habían perdido o habían quedado arrinconados. Finalmente, gracias a la recuperación del horno de leña, hemos mejorado las cualidades organolépticas de nuestros panes.